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Nota en Revista Palabra Abierta
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21 marzo, 2017
El poeta ecuatoriano, recientemente fallecido Humberto Vinueza, dejó una extensa obra que es necesario que las nuevas generaciones conozcan que fue escrita en el país y en sus viajes y permanencias, más allá de nuestras fronteras. En la fotografía que ilustra esta publicación -exclusiva de nuestros archivos-, vemos a Humberto en Isfahan en el 2013, cuando fue embajador del Ecuador en Irán.
Del poemario El marelmar (Inédito).
E |
En el rocío de una rosa se diluye la última estrella. El eco retrocede hacia el trino de los pájaros. De muy lejos viene la ola del mar y recibe la caricia de un niño asustado.
U |
Una suave tempestad más tres enojos de ola no son una marea. Un océano menos dos nubes negras sigue siendo un océano. Se vive rodeado de volcanes acechan tsunamis ciclones y borrascas de pasiones intermedias. Todo esto es maligno. Mas el poeta con el mismo hilo que junta las voces del mundo y el silencio teje las pequeñas permanencias recordadas. Su palabra brota en esa parte del ojo donde el vértigo nos convierte en intangibles o posibles. Dos truenos más un mientras relámpago no son todavía una tormenta.
E |
El prorrateo de color de mar y de altura de cielo facilita el pensamiento más allá de averno y paraíso. En la coherencia de circunstancia y fondo una palabra puede ser olvidada para siempre o recuperado su rescoldo de infinito. Las prorratas filosóficas son tretas de náufragos hermafroditas impredecibles políticos del futuro.
E |
El mar subyuga pone lunas junto al circuito de los romances y destello de violeta al final del sueño señala y borra momentos en la playa jugando entre dos corazones. Pero aquello que no late en la transfusión de soles ni en los muelles del espejo unánime lo fija el poeta con la estela de su ola. Crea semejanzas para todos los gestos y apariencias en el aire desitiado del silencio delimita el vacío y la señal la sombra que converge hacia la luz la insurrección desde el asombro. La palabra existe a condición de su ausencia móvil.
U |
Una hormiga sigue a otra hormiga que sigue a otra hormiga que sigue a otra hormiga como las olas del mar. La finitud en movimiento es la forma que adopta el infinito para el desmesurado festejo de las apariencias.
De: Constelación del instinto (Inédito
I |
Imantada sabiduría.
Una ínfima doctrina como la hierba
nacerá entre las ruinas del jardín antiguo
donde ahora se proscribe prescribe desescribe.
Otra vez el cinturón de Venus ceñirá
a los poetas la renovada capacidad de trovar.
Son favorables y deleitan desde la razón
contraria a la inclemencia de la fuerza.
Mientras tanto arden hasta el último argumento
con el entorno real y la anticipada irrealidad de todo
el cuerpo con miembros paralelos
a la búsqueda de otro adentro y otro afuera.
Las paredes del infierno se hacen invisibles
al son de las notas de sus himnos
como la jaula con los revoloteos
del pájaro que a su sombra canta.
M |
Mudamos el espacio hacia el tiempo vivo
la eternidad hacia el lustre
vigente de los muebles y los trastos.
Los libros y las cacerolas
las sábanas de batallas y armisticios
las alfombras en verso y prosa
las otras pieles del insomnio
la juguetería envuelta en las olas del aire
los cuchillos que dan confianza
el vestuario ilusorio de nuestras tragicomedias
los disfraces para no temerle ni a la vida
los abalorios del humor la ternura el apego
los cuadros de fidelidad probada
las fotos en otro entonces a colores.
El camino más corto entre los dos
es mudarnos mutuamente.
El más largo no existe.
D |
De tanto esperarte ahora tengo tu edad
o más: podrías ser mi primogénito.
Tu voz me despierta en el sueño
y me dice “para qué tanta vigilia
de la sal
de los enredos de la carne”.
Nuestro tiempo –respondo– se celebra
con exactitud al reverso de las hojas
en el sacramento de orfandades semejantes.
Nadie vive interesado en saber
de cuál paternidad somos transcurso.
A nadie le importa que tú seas mi padre
o que yo sea el tuyo.
Lo percibimos de idéntico modo.
Ambos nos besamos en la frente
entre dos puertas.
De: Libro de las Migraciones (Inédito)
En sus corazones penetra la mirada de los duendes
y recuerdan los celajes de la infancia
la mirada crédula de un pájaro
los rostros amados y ningún nombre
todos los nombres y ningún semblante
las horas de todas las lluvias en el cerro
la sombra persiguiendo el santiamén de un rayo.
Buscan el día en que el cielo parecía caerse
y las casas viejas ser otra vez andamios
con suficiente altura para silbar
entre pánicos desiguales.
La diosa de la vida envía el rocío
y refresca fotografías de familia en el atrio de la iglesia
junto al mástil encebado o bajo la bandera
de quienes alanceaban rebaños de reses y ovinos
cultivaban surcos con aparejos que les negaban reposo.
Ebrios de vista interior descuidaban el orden
entre faldas de muchachas y aguardiente
hablaban sobre el clima con las lenguas juntas.
Todavía poseen distintivo de contagiosa orfandad.
Resplandecen en todo sitio donde se arquea un eucalipto
pare la oveja una nube
o improvisa el gallo su canto invertebrado.
Son justos cuando desafían al destino y riñen entre sí
por aquello que siempre será un compás de espera.
El corazón en su avatar sin descanso
a veces se arruga como la piel.
El ojo graba paisajes simultáneos
expuestas intimidades
caricias.
Desde el fondo de las ventanas centrípetas
el viento reconstruye el sueño
con manojo de armonías temporales
que se llevan las palomas
en la partitura de la ciudad sinfonía.
En la noche recién vaciada
cuatro labios se besan como si fuera la última vez
que la palabra o el silencio se pasmaran en su estallido.
Afuera la muerte y la utopía se disputan el bullicio
la salvaguardia del abismo
la vigilia de los dioses en pie de guerra.
Tanto afina su filigrana solar al guión climático
que se entreveran rostros y fantasmas con efecto mariposa
contemplando a los héroes en la casa de las estrellas.
Hay olor a polen
a teorema de lo múltiple sin excluir lo uno
a relincho del único fauno con cara de hombre.
El amor deja de parecer visión de ojos olvidámbulos
y reestrena la osamenta del susto
como pausa de oblea en paladares silentes.
El poeta puede escribir en el aire
con el último manojo de su propia ceniza
lo que en vida fue: puñado de palabras
dichas sin rozar el sí mismo con el fondo.
Detrás de sus versos estará esperándose.
No llegan referencias del descarrío en la ciudad lejana
ni del éxito o fracaso en negocios de guerra o paz
cándidos negocios. La última noticia quedó suspensa
ante deseos revestidos de ondas
y máscaras de ceniza sobre la soledad que se aferra
al árbol con raíz unánime.
En la ventana alguien mira
la espera tras el biombo de labios ávidos
la culpa de vivir con sintaxis de humo
la ternura que de tanto ser pulso
entre lo permanente y lo que pasa ya es presagio
la cruel ceremonia del adiós en el bálsamo de la hierba.
Ese quiebre con duración de fuga
en la entraña del instante perdurable.
Se desafían a dejarse atrapar por la sombra
que no gira o crece con la noche
ni proviene de siluetas proyectadas
por un sol ambiguo.
Se retan a dejarse caer bajo el envés del sexo
y del sentido de poder que oculta poderío.
Sin franquear confines del más allá
tampoco aseguran confiable más acá.
Juegan a ser espejos que imaginan
transvasan y desde la nada presienten.
Se desafían a ser dos en uno.
No uno en ninguno.
Se desafían a ser uno en dos.
Se esforzaron entre guerra y guerra
despidiendo amigos
novias supersónicas con destino de fuego y aire
parientes que al mirarse ante los ojos de la muerte
se despojaron de su único misterio.
Cuánto tiempo para que nadie se extravíe.
Cuánta afirmación en el nunca adiós y en el jamás retorno.
Cuánta memoria atrapada en lunas de sangre y cólera.
Dicen que se avecina más catástrofe
alta intensidad en blanco y negro.
¿Será otra guerra tan ajena
al reflejo de todas nuestras pérdidas?
Ya no frecuentan puentes con extremos desiguales.
Sienten que deambulan en museos de cera.
De: Versos de carne travesti (Inéditos)
D |
Deseo que poseas formas inventadas por mí
y que puedan borrarse
y volver a pedacearse como alimento para pájaros inspiradores
y otra vez dibujarse con temblor de línea imaginaria
entre el recelo y la confianza en las estrellas.
Que seas avatar del micro poder en el lecho
en el recato de los saldos
y hasta en la soledad de la autocomplacencia
para comenzar.
Que ocupes el centro apenas encubierto con madeja cabalística
o el único extremo del miedo que bordea el pulso
con su cola de relámpago.
Aunque se indague por el latido no exista segunda orilla
donde se oculte el resto de tu cuerpo.
Imagen tuya que no posea como posee la mía
deseo embozado de ser signo
fijo en medio de la marea de las formas.
M |
Mientras llueve bajo la noche negra
ranas pares croan tentando a ranas nones.
Escribo versos silenciosos
para desemparejar el tiempo de la puerta
y la puerta del deseo
y simular que entre sábanas o páginas de un libro
la lluvia trae la textura de todos los encuentros.
Pareja es la única palabra
o tibieza de ave
que no se equipara con su ausencia.
A |
Al volver a verte
ella sufre por haberte visto con su misma mirada
que suele anticipar indicios de jamás retorno.
Más sufre porque sin pensar la miras
y sin mirar la piensas distraído de tu mente.
Al presentirla se presenta sin aparecer.
Desaparece al turbarte con sus sombras superpuestas
una detrás de otra
debajo de conjuntos lejanos y cinemagnéticos
del deseo del sentido de las grandes esperas.
Al volver a verte
ella se entrega al trance en abreviatura de promedio
a los crispamientos del centro en todas partes
a mirar el camino recorrido y cicatrizar con clara y yema
el silbo que tejes en el aire.
Tú intentas la belleza. Ella el juego.
L |
La costumbre detrás de la argucia en el asalto
se confunde con su propia estela.
Entre mortales se requiere armonía
de paraísos aleves con buenos infiernos
lo usual con dosis de ignoto en lo conocido
conjura del vértigo hacia la fascinación
de algún posible equilibrio de cuerda y humo.
Pero el amor no da tregua.
Mientras más se aleja más nos memoriza.
Hemos empezado a prescindir
del límite amnésico que somos.
S |
Sueño que borro tu sueño
y al hacerlo borro también aquel sueño
en el que tú borrabas el mío.
Ojalá al despertar no hayamos sido borrados
por un simple extravío de vigilias.
De: Palabra habitada (Inédito)
L |
La memoria colectiva es la cúspide
de profetas poetas y santos
pero hemos llegado muy temprano
demasiado tarde o quien sabe en el momento justo:
la memoria humana reserva solo un sitio cada mil años.
Tal vez nos registre algún confidente de la nada
nos diluya el yodo de las inconstancias cardinales
o el olvido infrarrojo de dios.
A destiempo hemos llegado a la trama abierta en el extremo
oportunamente quizás a la cisura del fondo.
El poeta remienda su tropo trunco cada día
y en el bullicio o en el silencio bucea
la constelación atávica de su voz.
La suma de todos los poetas
se condensa apenas en la primera sílaba
del hombre iniciado como verso.
La meta ondea en la memoria colectiva.
S |
Son inevitables.
Llega un tiempo en que se los ama con la luz.
Se los ama a la sombra en otro tiempo.
Por ellos hoy es mañana
aunque todavía no es ahora
en esencia aún no es ayer.
A nosotros vienen los pensamientos
con el perfil indefenso que perdieron
el traspié de su luz y el tránsito
entre tiempo vivo y tiempo muerto
el naufragio al que aún no sobrevive su escritura.
La infinitud precisa sus polos
la finitud los disuelve.
E |
El gallo canta
y no siempre amanece.
O solo amanece a medias
si el gallo canta hacia adentro de la tierra
o de los conductos que perforan las palabras.
Nunca amanece en la noche de la sordera.
El gallo canta amanezca o anochezca
jamás extravía su don y vocación de canto.
Canta el gallo para quien lo escucha
adentro de la tierra
en el centro del aire
o desde pasadizos ocultos
que a veces horadan las palabras
para significarse entre sí.
E |
El espejo propicia exilios exteriores:
lo de adentro lo convierte en afuera
y la intemperie en adentro de su médula.
Nadie ha podido meter un pie en el interior
y quedarse anfibio con el otro afuera
o tal vez sí
o el rostro de yo múltiple difuminarlo
y vaciar su figura en alveolo de emergencia.
Ninguna imagen puede jugar a refractarse
de adentro hacia fuera porque quebrantaría el ámbito
donde el espejo acumula pérdidas encuentros cautelas.
O quizás no.
Una transición en alud de hojas
borrará su memoria
en complicidad con la desmemoria fiel.
El espejo manipula exilios interiores.
S |
Si día a día no transformas el mundo áspero
y antes de llegar al fondo no creas
otro que corresponda a tu catadura
perecerás a causa de la campana del juicio final
repicando sobre tus hombros.
Crear un mundo significa corregir a dios
sus devaneos predilectos
renovarle la garantía de irrealidad a la realidad
conseguir que la muerte sea un evento improbable.
Hay que crear un mundo aun a costa de la memoria
no obstante el entrevero de insania
con escarcha de cordura
a riesgo de inmaterializar su esencia
en remotas noticias de utopía.
Hay que crearlo sin una pizca de luz
sin sombra de casi nada.
S |
sueño que escribía.
Escribo que soñaba su escritura
hecha de brumosas consonantes
y vocales de afonía y granizo
y escribía con el dedo vertiente de la lluvia
el diálogo de mis saldos de persona
en códigos del último equilibrio.
Era un poema flameando entre otras nieblas.
Ahora sueño lo que en la vigilia pienso:
pantomimas vivas en el trasbordo
de lutos y antinomias
y pienso lo que sueño
en ese otro patio de reversibles azulejos
donde la página diligente permanece en blanco
y da lo mismo pensar o soñar
poema o bruma.
MÁS ACA DE LOS SIGNOS ZODIACALES
(fragmento)
Estoy triste, andino,
equinoccialmente triste. No cabe
en mi fardo, en mi paciencia vacante de shamán
tanta harina monótona para el verso ázimo;
tanto ensimismamiento, vasos comunicantes,
tanto Vallejo, dispuesto y prelúdico,
tanto alambique triste. Beso en mi bufanda
las tristécimas de la unidad que somos,
tú yo, pareja más impostergable que póstuma.
Puedo gritar, aullar como Ginsberg
al eco en el silencio del silencio.
(La luna se dilata, bajísima, como propaganda
de preservativos contra el SIDA).
Puedo, ahora lo sé, ahora puedo
como Pound escribir en las paredes:
«Lo que bien amas permanece.
Pero haber hecho en vez de no haber hecho
eso no es vanidad».
Soy un actor sensible a las autocríticas
-laxante rasgo incorporado a mi cultura
de nieves perpetuas, páramos y marismas.
Reasumo la libido y sus lindes elásticas
en cuarta dimensión; la vida desde lo más
simple hasta lo compuesto-descompuesto;
todos los reflejos condicionados o no,
con señuelos siniestros; los complejos
(todos), especialmente el de superioridad
tan venido a menos: incomparable.
Mi lucidez impasible busca símiles
en los laberintos siderales, en el tiempo
de los tiempos recién inventado
por el primer segundo de los amantes;
en el infinito visto a través del milímetro
recuperado de humanidad.
Es la desgarradura nuestro striptease verídico
y nunca se callarán las rocolas lejanas
a no ser que, de pronto, el camino
sea Marx y Cristo el atajo,
pero, mientras tanto, ocurre lo contrario.
Marx en la cruz y
Cristo sobre la geometría magnética
entre el frenesí y la quimera. Así,
los desuniversados bajo la intemperie
teneblosa del cosmos esperan, siempre
esperamos lo peor de la resurrección imposible.
El camino es el atajo;
con Marx y las cruces construiremos la rueda.
Por lo demás, ya lo intuía,
¡quién no tiene su década de los sesenta,
por no decir lustros maleables, años de soler y amanecer,
instantes remordidos entre paralelos y meridianos,
su aura de hombrenuevo, implícita en el instinto
como vacuna; su aventura en serio,
portátil, su Gagarin; su tonada mundial
en un poema para el íntimo baile!
¡Quién no escarba en su mochila llena de bitácoras,
lámparas, añicos, lascas, hojas de coca en la escarcela,
partituras de los más bellos cantos de sirenas,
reencarnaciones a medio re, clones místicos,
fotografías de ovnis con Dulcineas redundantes,
cabellos de ellas de cuando la calvicie
era todavía un arcano síntoma,
brújulas arrojadas al insomnio
por la imposibilidad siempre inconclusa del absurdo,
horóscopos que rozan la espalda intermitente
para fenecer un poco y mucho renacer
burlando los signos del zodíaco!
La duda hace lo suyo
atada al vuelo de dos murciélagos.
Está agotado el script.
Quizás algún motel esté abierto
para lúdicos, terrícolas, vulnerables
amantes;
mas
tú no estás conmigo.
Nadie, a esta hora, camina en la ciudad.
1959
Longevidad total.
Tiempo de sacudir el malestar del cuerpo
bailando con el cuerpo social del malestar.
Escarceo de versos que juvenecían
en la ráfaga de la amada novata,
desde cuyo vientre la vida prohibida,
blanco o negro, devino
castaño instante resumido en una moneda
entrando por la ranura de la rocola,
llena de Elvis Presley y cerveza
y morisqueta de post y guerra fría.
Tiempo de la prístina piedra política
lanzada contra el espejo
de las armonías improvisadas.
Del ritmo de la Historia hablo,
de su abrupta ruptura,
de la voz al fondo del destete,
del reflejo insondable de mi río cielo-adicto.
De la revolución hablo, del Che,
de ti Fidel Castro,
como el primer acto de gula por la perfección.
EL POETA «FAKIR» Y SU AMADA
La he visto nuevamente. Vive
ella llena de adivinaciones
en la luz entreabierta de su amor baldío.
Su impertérrito peinado,
los gestos omnímodos,
la forma de hablar solfeando en letras cíe boleros,
y sus senos esplendorosos todavía
-ahora huacas de mis labios y mis manos-
en el plano inclinado sobreviven.
Desde el tiempo de un velero de hostias
en que recogía lloviznas en el lloyo de su falda,
siempre pensó y no me dijo:
«toda resurrección nos hará más solitarios».
Me miró culposamente
entre el perfume añejo en extravío,
y sintió de pronto futurecida ella,
que sobre mi silencio desfondado
cayó una brizna de musgo lila;
le sonreí con mi dentadura ajena,
con mi mente errante a marchas forzadas;
eché a caminar con mi pierna manca,
siempre pensé y no le dije:
«aun la ternura es cruel
y la poesía el dolor más antiguo.
Tú vales más que todos mis poemas».
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