Entrevista en la Revista El Coloquio de los Perros

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Entrevista realizada por JUAN DE DIOS GARCÍA

El poeta andino de la excelencia nos dejó el año pasado y nuestra revista quiere rendirle un homenaje post-mortem, por méritos propios y porque a través de nuestras páginas digitales ayudamos a extender la reivindicación de un autor que merece ser revisado y valorado no sólo por el lector ecuatoriano, sino por cualquier lector en español. Para ello entrevistamos a FERNANDO TINAJERO, una de las personas con mayor conocimiento de sus aventuras vitales y logros literarios, aprovechando la publicación de De la voz y del silencio (1959-1995), un libro en dos tomos editado entre las editoriales El Gallinazo Cantor y Eskeletra, que recoge la poesía completa del guayaquileño errante Humberto Vinueza (Guayaquil, 1942 – Quito, 2017).

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Cómo de arduo ha sido el trabajo de recopilar en dos tomos toda la trayectoria poética de Humberto Vinueza?

—FERNANDO TINAJERO: Esa pregunta debió ser dirigida en su momento al mismo Humberto; ahora, quizá sea Sonia Casares quien pueda darnos la mejor información sobre ese trabajo. Yo no hice ninguna selección; fue Humberto quien dedicó sus dos últimos años a revisar toda su obra, señalar los poemas que consideró necesario eliminar, pulir aquí y allá algún verso, dar al conjunto «esa soba final que es nada y es todo», como decía Ortega. Cuando tuvo su tarea terminada, me escribió desde Teherán pidiéndome un prólogo y yo, por supuesto, lo escribí enseguida. Me contestó que le había gustado mucho; él creía que había yo dado en el clavo, que había encontrado el quid de su quehacer poético; pero yo creo que me lo dijo por cariño, nada más.

—ECP: ¿Qué le ofreció la ciudad de Guayaquil y el paisaje urbano de Ecuador a la poesía de Vinueza y a su formación literaria?

—FT: Humberto vivió muy poco en Guayaquil. Yo diría que se quiteñizó en forma completa y absoluta. Creo que un par de veces estuvimos juntos en Guayaquil. Él me decía que le gustaba su ambiente tropical, tan lleno de vida y movimiento, pero le cansaba pronto y extrañaba a Quito. Creo que a Humberto le atraía más el ritmo de la vida y no era frecuente que se detenga a contemplar el aspecto físico de las ciudades. Juntos estuvimos en muchos lugares del Ecuador. Ambos coincidíamos en que la naturaleza fue muy generosa con nuestro país. (En él no es posible encontrar un lugar feo, de modo que a nadie le queda la opción de no coincidir). A donde quiera que usted vaya encontrará paisajes enormemente bellos. Yo he andado un poco por el mundo (menos que Humberto, claro) y en ninguna parte he visto contrastes de tanta diversidad ni los cielos que veo continuamente aquí. Solo el que viene al Ecuador puede saber que son tantas las estrellas. En el Ecuador todo es hiperbólico, desde nuestras montañas descomunales, a cuyos pies se asientan las ciudades (y lo hacen incluso al pie de los volcanes), hasta la feracidad de la selva oriental y la inmensidad de las playas occidentales, cuya arena dorada es increíble. En Quito, donde es la prodigiosa la diversidad de las puertas en las iglesias y en las casas, así como la característica mezcla de estilos que da como resultado un estilo original, Humberto sí solía detenerse a contemplar el paisaje físico de la ciudad. En el Ecuador, pocas ciudades, y Quito en primer lugar, conservan algunos rastros de la arquitectura civil española; exceptuando los sectores modernos, que tienen sin embargo el encanto de la diversidad, los centros históricos son más bien de carácter republicano, como llaman los arquitectos al estilo del siglo XIX. Lo que derrocha riqueza de raíz hispánica y fábrica indígena es nuestra propia versión del barroco, presente en la arquitectura religiosa de los siglos XVI, XVII y XVIII, y además en las plazas, que tienen exactamente la organización de un teatro, con su escenario, su platea y sus palcos, como corresponde a un estilo que ante todo es representación, ¿verdad? Pero a Humberto siempre le interesaba más la vida que se vive en cada ciudad, o sea su paisaje humano, y en ese aspecto era el descubridor de detalles siempre nuevos.

—ECP: Desde su primer poemario, Cerámica en la niebla (1966), hasta Constelación del instinto (2006) Vinueza plantea de continuo una cosmología vital, poemas-silogismo, preñados de metafísica. ¿Qué peso tiene la importancia de sus lecturas filosóficas en los versos de Vinueza?

—FT: Él y yo vivimos nuestros veinte años en un ambiente marcadamente filosófico. Cuatro de nosotros, que fuimos el núcleo inicial del tzantzismo, estudiábamos filosofía: Ulises Estrella, Bolívar Echeverría, Luis Corral y yo. Eran los años de la influencia sartreana; nuestras lecturas de Heidegger daban materia para la discusión que se renovaba cada día en el Café 77, así bautizado por nosotros en complicidad con su dueño. Quienes fueron sumándose a ese núcleo inicial, como Humberto, se sumaban también al debate sobre el sentido de la existencia, el compromiso, el llamado de la nada, el ser-para-la-muerte. Pero muy pronto Sartre fue llevándonos de la mano hacia las lecturas marxistas. Echeverría, el más filósofo de todos, continuó en ese empeño, se licenció en Alemania y se doctoró en México, y dedicó toda su vida a la docencia en la UNAM. Actualmente hay comentaristas de su obra, como Enrique Dussel, que consideran que Echeverría ha hecho el aporte más importante de Latinoamérica al marxismo en todo el siglo XX. Es obvio que en un ambiente de estas características la filosofía se convirtió en una de las vertientes fundamentales en el quehacer poético de todos los tzántzicos, incluido desde luego Humberto Vinueza.

—ECP: En el prólogo a De la voz y del silencio dice que la poética de Humberto Vinueza queda configurada sobre tres pilares: palabra, amor y memoria. ¿Qué libro de Vinueza, según usted, es el que representa más el pilar del amor?

—FT: Lo diré de esta manera: si usted se ha zambullido en una piscina o alberca, saldrá completamente mojado. Y estando así, será natural que moje todo lo que toca, ¿verdad? Pues bien: Humberto vivía empapado de amor; todo lo que escribía, incluso sus poemas “políticos” (que no son carteles), tienen siempre como trasfondo el amor. A veces el amor se vierte a raudales; otras veces es necesario intuirlo porque ha quedado entre líneas (pienso que las entrelíneas son frecuentemente lo más importante de la poesía, porque allí está lo sugerido). Siempre está el amor presente en su obra, y está bajo todas sus formas: es el amor al padre, a los hijos, a la humanidad, a la naturaleza, a la justicia, a la libertad, y en forma sobresaliente a su compañera, a Sonia.

—ECP: La crítica señala el poemario Un gallinazo cantor bajo un sol de a perro (1970) como obra fundamental de la poesía ecuatoriana contemporánea. ¿Está de acuerdo?

—FT: Creo que el gallinazo cantor… fue un momento importante en la producción de Humberto y es un libro remarcable en la literatura ecuatoriana de los años 60, sobre todo en la poética de los tzántzicos; pero no diría que es una obra fundamental de la poesía ecuatoriana contemporánea. Me parece que hay libros más importantes que ese; el mismo Humberto escribió textos que son mucho más importantes, y quizá “fundamentales”, si es que esa palabra tiene algún sentido en relación con la poesía.

—ECP: ¿Considera que el activismo político de Humberto Vinueza perjudicó o benefició la recepción lectora de su poesía?

—FT: En los años 60 todos creíamos que la literatura debía ser política, y esa creencia era sin duda una consecuencia de la concepción sartreana del compromiso. Mucho más tarde, Humberto y yo hablamos frecuentemente sobre los perjuicios que la política hizo a la literatura. El mismo Sartre, en ¿Qué es la literatura? (que en los años 60 fue nuestro libro de cabecera), dice que la poesía no puede comprometerse debido a su modo de tomar las palabras como cosas. Hoy pienso que la tesis del compromiso admite otra lectura, distinta de la lectura política de esos años. Algo he escrito sobre ese tema, pero este no es el momento de hablar sobre mis escritos.

—ECP: ¿Sería Vinueza el mismo gran poeta sin su paso por el grupo cultural vanguardista de los tzánticos?
 
—FT: Humberto habría sido un gran poeta en cualquier otra circunstancia, sencillamente porque la poesía fue desde siempre su modo de ser–en–el–mundo, si puedo decirlo con una parodia del lenguaje heideggeriano. Su calidad no proviene del tzantzismo: es anterior a él. Sin embargo, el tzantzismo marcó la tónica de su poesía en su primer período; la orientación que entonces dio a su quehacer. En su obra posterior es posible rastrear ciertas huellas de aquel primer cauce, pero se trata simplemente de ese como trasfondo que en todo ser humano van dejando las experiencias pasadas.
 
—ECP: ¿Lo erótico y lo sagrado se dan con frecuencia la mano en la obra de Vinueza?
 
—FT: Siempre que sea verdaderamente poético, lo erótico tiene un fondo sagrado. Si no lo tiene, o no es poético o no es erótico sino pornográfico. No es extraño que lo sagrado esté presente en la poesía de Vinueza, porque la suya es auténtica poesía.
 
—ECP: Lunas en fuga es un libro de kaikus. No en vano, Vinueza fue embajador de Ecuador en Irán y Pakistán de 2013 a 2016. ¿Ha dejado la cultura árabe y oriental suficiente huella en su escritura?
 
—FT: Me parece que no. Lo cultural es algo mucho más profundo que la forma externa de un poema. Pero quizá también aquí se puedan notar esos trasfondos inconscientes de la experiencia.
 
—ECP: Si digo que Humberto Vinueza es el poeta ecuatoriano de su generación que logra la mayor encarnación del ser en el lenguaje, ¿estoy equivocado?, ¿estoy exagerando?
 
—FT: Soy muy renuente a la formulación de esos juicios que incluyen valoraciones con “el más”, “el mayor”, “el mejor”… Descreo de la existencia de escalas objetivas de valoración que hagan posibles esos juicios. Ahora pienso, por ejemplo, en la poesía de Iván Carvajal y no podría decir que en él haya una “menor” encarnación del ser en la palabra… Creo que es más adecuado decir que en la poesía de Humberto se encuentra una indudable encarnación del ser en el lenguaje; que él descubrió el ser en su lenguaje. Por otra parte, para quien ha vivido largo tiempo ligado en forma fraternal con un grupo de poetas, es muy antipático establecer comparaciones.

—ECP: ¿Cree que, conforme pase el tiempo, la voz poética de Humberto Vinueza cobrará cada vez más prestigio en la historia literaria de Ecuador? ¿Y qué herencia pueden cobrar tras su pérdida las nuevas generaciones de poetas ecuatorianos?
 
—FT: Sobre lo primero, responderé solamente que no he recibido el don de la profecía, quizá porque no hay de quién recibirlo; sobre lo segundo, pienso que los jóvenes poetas pueden encontrar en la poesía de Humberto una vertiente digna de ser explorada. Quiero mucho a Humberto, y me resisto a momificarle bajo la forma de un modelo. Por lo demás, pienso que cada poeta, si lo es de verdad, tiene que encontrar o inventar su propio camino, tal como sugería Machado.
 
—ECP: Para terminar, una pregunta complicada. Si hubiese que elegir un libro o un poema definitivo de Humberto Vinueza para la posteridad, ¿cuál elegiría usted?
 
—FT: No me creo ninguna autoridad para decir a las generaciones futuras: “esto hay que leer”. No tengo, como Harold Bloom, la pretensión de establecer ningún canon. Además, no podría hacerlo, porque leo muy poca poesía; la que leo es solamente la de mis poetas amados: aparte de mis amigos entrañables, como el mismo Humberto, leo y releo a Valery, a Rilke, a Vallejo, a Neruda: me gustan mucho los sonetos de amor de Garcilaso…, en fin, algunos más; pero me declaro ignorante en materia de poesía. ¿Cómo podría hacer la elección que usted me pide? Lo que puedo decir es que a mí me gusta de manera especial Constelación del instinto.

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